La Luna y el Sol vivían desde hace mucho tiempo en la Tierra. El Sol era ardiente y la Luna bastante fría. Y por esta razón los dos no se entendían bien.
Cierto día la Luna tomó la decisión de separarse de su compañero el Sol. Buscó una soga bien larga y subió al cielo para caminar por allí durante siglos y siglos. Un día el Sol se preguntó con curiosidad: "¿Qué está haciendo la Luna en el cielo? ¿Qué cosas maravillosas habrá visto?".
Y se decidió a hacer lo mismo que la Luna, trepar por una soga al cielo y quedarse allí para siempre. Pero arriba en el firmamento continuaban enojados.
La Luna no quiso caminar con el Sol y escogió entonces la noche para sus correrías, dejando el día para el Sol.
Pronto la Luna se aburrió de caminar sola y sin compañía. Se acordó de una buena amiga, una campesina, con la que siempre se reunía en la Tierra. Y una noche la llamó y le dijo:
"Oye, querida amiga, ¿sabes que el firmamento es como la Tierra, un gran terreno de sembrado? Echa los fréjoles que guardas en tu casa como semillas al cielo y verás cómo crecen".
Y la buena amiga echó los frejoles que tenía en todas direcciones. Pero, ¡qué sorpresa! Antes de nacer y echar raíces, los fréjoles se encendieron la primera noche en el firmamento y desde entonces continuaron encendiéndose todas las noches.
Los fréjoles se transformaron en estrellas que acompañan desde entonces a la Luna en su recorrido por el cielo.
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Cierto día la Luna tomó la decisión de separarse de su compañero el Sol. Buscó una soga bien larga y subió al cielo para caminar por allí durante siglos y siglos. Un día el Sol se preguntó con curiosidad: "¿Qué está haciendo la Luna en el cielo? ¿Qué cosas maravillosas habrá visto?".
Y se decidió a hacer lo mismo que la Luna, trepar por una soga al cielo y quedarse allí para siempre. Pero arriba en el firmamento continuaban enojados.
La Luna no quiso caminar con el Sol y escogió entonces la noche para sus correrías, dejando el día para el Sol.
Pronto la Luna se aburrió de caminar sola y sin compañía. Se acordó de una buena amiga, una campesina, con la que siempre se reunía en la Tierra. Y una noche la llamó y le dijo:
"Oye, querida amiga, ¿sabes que el firmamento es como la Tierra, un gran terreno de sembrado? Echa los fréjoles que guardas en tu casa como semillas al cielo y verás cómo crecen".
Y la buena amiga echó los frejoles que tenía en todas direcciones. Pero, ¡qué sorpresa! Antes de nacer y echar raíces, los fréjoles se encendieron la primera noche en el firmamento y desde entonces continuaron encendiéndose todas las noches.
Los fréjoles se transformaron en estrellas que acompañan desde entonces a la Luna en su recorrido por el cielo.
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